Aquel día también llegaba tarde. El día que conocí a Juan y a Jesús, había quedado con Verónica y con las personas que quisieran acudir a la cita que yo misma había propuesto, en plena siesta de agosto, como un grito en el vacío que, sin embargo, fue escuchado. Algunas caras conocidas, otras por conocer, el mejor de los contextos aunque yo eso aún no lo sabía. Estaba nerviosa, siempre lo estoy cuando me obligo a vencer mi timidez para hacer lo que considero necesario a pesar de mi misma o quizá para ser más yo. Y en esta ocasión lo era, aunque pensara que ya era tarde, era necesario ir a conocerles, ofrecer lo que pudiera dar, ellos estaban cumpliendo mi sueño y yo no estaba participando en él. Ignoraba hasta qué punto lo estaban haciendo.
Cuando los sueños construidos parecen perdidos porque nos quieren hacer creer que todo es imposible si no es concedido, que ante la voluntad invisible pero insufrible de los poderes que nos gobiernan nada se puede hacer, siempre hay alguien cerca para sacudirte la conciencia y decirte ¡vamos! Y continúas construyendo ese sueño porque sabes que la vida es precisamente eso. Te caerás una y mil veces, pero te levantas y lo vuelves a intentar. Y qué te mueve, cuál es la razón última que te impide mirar a otro lado y refugiarte en el espejismo de la individualidad satisfecha. Solo la relación con las demás personas, sus miradas y sus ideas, su ejemplo, su empuje, la alegría de reconocerte en ellas.
Todos tenemos una idea de dignidad, aunque solo sea una intuición, pero por muy construida que estuviera en nuestra razón y por mucho que se active cuando la sometemos al contraste de la existencia, la realidad no cambia si no cambias tu forma de relacionarte con ella, si no la miras en los ojos de los demás y te relacionas con lo que ves. No existe la Dignidad y la Justicia, pero sí podemos tratar de vivirla en un bien construido según nuestras ideas compartidas, pisando fuerte la tierra y eso es lo que me ha enamorado de todas las personas que han sostenido la ocupación de un colegio de Fuenlabrada, el Arcipreste de Hita, en su lucha por la apertura de un aula de educación infantil; por un deseo de bien común (la educación de sus hijos e hijas, pero no solo), y sobre todo la forma en que lo han hecho, mediante la afirmación de lo mejor que podían dar, sin esperar concesiones, con todo su respeto, sin pedir permiso.
"El día uno es crucial" o algo similar nos dijo aquel padre que se empeña en contaminar de alegría todo cuanto dice, y dice mucho. De lo que sucediera el día uno dependían muchas cosas, todos lo sabíamos, el uno de septiembre se cumplían setenta días de encierro en el Arcipreste Okupado. "¡¡Setenta días!!" y reconozco que mi exclamación se debió tanto a la rabia de haber permanecido al margen como a la admiración por su constancia. "No es tanto, setenta es solo la mitad de ciento cuarenta".
Risas, sonrisas, más risas, pero esas palabras se instalaron en algún rincón de mi conciencia con toda la seriedad de lo que implicaban, la grandeza del reto planteado a quienes pretenden hacer de nuestra vida su instrumento. "Lo vamos a conseguir, Juan", le dije entonces y aun lo mantengo.
Después vinieron para mi las palabras, las asambleas, las cañas, más risas, más sonrisas; las madres ¡qué madres!, más palabras... Miguel, Andrés, Sandra, todo por decir, todo por aprender, pero sobre todo los niños. Los niños y la niña, las pinturas, los puzles, un caracol de plastilina, el aula más bonita en el que jamás vaya a trabajar. Mis queridas compañeras, las antiguas y las nuevas, las que aun me quedan por conocer. La verificación de una intuición, la de que las luchas sociales son siempre necesarias pero solo son buenas en sí mismas si se hacen partiendo de lo mejor de lo humano y nunca de lo estrictamente político, del poder, de la negación. Que de lo humano todos sabemos, pero todos debemos aprender las lecciones que se nos ofrecen por el camino, si estamos atentos. Y que la lucha por la justicia es solo útil cuando mejora a las personas. No sé si el año que viene se abrirá un aula más en el Arcipreste de Hita, pero lo que sí sé que muchas otras no se van a cerrar porque gracias a las familias y amigos del ArcipresteOkupado, muchos hemos encontrado la brújula que habíamos perdido entre tanta crispación.
Soy afortunada, he conocido y me reconozco en una pequeña parte de este proceso que sigue vivo y me enamora, en esta red inmensa que lo mismo te calienta el alma que te ilumina la razón, y se extiende cada día un poco más. Hablo de amor porque el amor es también egoísmo y yo me reconozco en ese sentimiento cada vez que les doy las gracias por haberme devuelto la ilusión por recordarme que la felicidad no se decreta.
Setenta es sólo la mitad de ciento cuarenta. En lo anecdótico a veces está la esencia de lo vivido.
Setenta es sólo la mitad de ciento cuarenta. En lo anecdótico a veces está la esencia de lo vivido.