viernes, 15 de junio de 2018

Niña de agua


13 de mayo de 2018
Carta a una niña inexistente.

Querida hija, perdóname por no saber hacerte.
Por no haber encontrado el momento cuando tenía el tiempo.
Cuando creía que tú podrías esperar.
Esperar a que yo misma terminara de hacerme.

Hoy en mi mañana de sangre y resaca quisiera tener las plantas de tus pies trepando por mi barriga y solo tengo el hueco que no habitas.
No existes y aun te llamo querida mía, niña de agua que no viene, que desvanece y no se me hace.

Otra luna infructuosa. Otro plazo cerrado, oportunidad perdida. Un óvulo muerto que se precipita al vacío sin traerme noticias de ti.
Pienso en tu carne que no desgarrará mi carne y de esta forma te creo y te recreo, que es otra forma de llevarte dentro, en mi sinrazón.

He tardado cuarenta años en encontrar al hombre que he elegido para ser tu padre. Con su ADN fabricaría tu sangre, moldearía tus orejas y juntos te empujaríamos para que arrancaras a volar. Solo con él te he soñado. Sola con él viviré.
 
¿He de vivir como si no existieras en mí? Cómo hacerlo si estas aquí iluminando el resto de mis días, los que no son de posibilidad. Echo las cuentas conmigo misma y en ocasiones me hago trampas para creer que aún cabes en este tiempo de descuento.

Tu risita inexistente me hace cosquillas solo porque yo quiero escucharla, y creo hacerlo, por dentro, como una reverberación íntima, impostora, que debo destruir para no caer en la obsesión. 

Si no vas a venir, hija mía, permíteme por favor el consuelo de conservar la cordura. No permitas que me resigne a un no-ser, con lo que ya soy, con lo que aun tengo por ser, por hacer, aunque no seas tú.

Tu madre.