Los niños nos enseñan que se puede llorar y jugar a la vez; pero hoy les hemos golpeado con nuestras porras, les hemos intoxicado con nuestros gases que hacían que sus lágrimas escocieran más que nunca. Las lágrimas que no puedo derramar por la enfermedad de mi padre brotan en los ojos de las niñas que quieren vivir en un paraíso que ya no existe.
Y aquí no hay ira, no hay gritos, no hay rabia. Solo resignación ante un mal que no se chilla, que no revienta en la cabeza de los culpables porque no son tus lágrimas las que hoy hacen surcos.